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¿Cómo puede dañarse nuestro cerebro por estrés?

Foto del escritor: OCEUP CanalOCEUP Canal



Cuando el estrés nos hace sentir que la situación escapa a nuestro control, se produce un aumento de una de las hormonas del estrés, el cortisol. Como en todo en la vida, hormonalmente necesitamos un equilibrio. El cortisol es necesario para regular numerosas funciones. Pero cuando se rompe ese equilibrio, puede alterar numerosos genes que afectan al sistema inmune y a procesos tan importantes como a la neuroplasticidad.

¿Qué entendemos por neuroplasticidad? Podría definirse como la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse a nuevas experiencias. Gracias a ella somos capaces de adaptarnos y aprender de las nuevas situaciones, además de hacer frente a circunstancias adversas. Lo malo es que el estrés actúa reduciendo la neuroplasticidad y, por tanto, afecta a cómo nos enfrentamos a los problemas.

Por otra parte, cuando nos estresamos nuestro organismo reacciona de la misma manera que si se tratara de un proceso infeccioso, es decir, movilizando a las células que combaten una infección, aunque no exista. Esto recibe el nombre de inflamación. El estrés es capaz de provocar reacciones en nuestro organismo similares a las producidas por una infección, y eso incluye también a nuestro cerebro.


Así sufre el cerebro estresado


Aunque el estrés puede producir problemas cardíacos, digestivos, inmunológicos…, sin duda nuestro cerebro suele ser el peor parado. Los cambios en el cerebro pueden ser responsables de la aparición de numerosos trastornos neuropsiquiátricos, como el trastorno de estrés postraumático, la ansiedad y, sobre todo, la depresión.

La depresión será en los próximos años otra de las pandemias con las que tendremos que convivir. Se cree que será la enfermedad más diagnosticada en las próximas décadas. Posiblemente una de cada seis personas sufrirá al menos un episodio de depresión a lo largo de su vida.

Si, como hemos explicado, su plasticidad nerviosa disminuye por el estrés, la persona tendría menos capacidad para hacer frente a los desafíos de la vida y menos recursos para enfrentarse a los problemas del día a día. Por ello podría llegar a caer en un estado que se conoce con el término de desesperanza.


Por otro lado, pensemos cómo nos sentimos cuando tenemos una infección. Estamos más cansados, sin energía, sin ganas de hacer nada… ¿Nos recuerda alguno de esos síntomas a la depresión? Es lógico pensar, por tanto, que el estrés puede provocar depresión.

Además, la exposición al estrés también modifica el comienzo y el curso de muchas enfermedades neurodegenerativas, entre ellas la enfermedad de Alzheimer, que entre otras cosas se relaciona con alteraciones inflamatorias y de la plasticidad nerviosa. Justo las mismas que induce el estrés.


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